“Aunque hablara la lengua de los hombres y de los ángeles, pero si no tuviera caridad, sería como un bronce que resuena o un címbalo que tintinea”. Esta frase de San Pablo, un hombre enamorado de las palabras, revela el hecho de que nuestra cotidianidad está hecha de palabras y que necesitamos de ellas. Pero sin caridad las palabras no construyen nada y se quedan vacías. Las palabras construyen relaciones humanas, pero solamente en la medida en que no sean superficiales. Las palabras definen nuestros proyectos y propósitos. Hasta las denuncias están hechas de palabras y pueden llegar a construir, siempre y cuando nazcan de un amor. Hablamos de caridad, entonces, expresando el deseo y la necesidad de tener un proyecto común en el cual todos los hombres puedan sentirse realizados como tales. Vivir la caridad, entendida de esta forma, es un trabajo. Comprometerse con lo que se dice y hacer un trabajo concreto en favor del hombre, sí hace que en la vida, todo sea trabajo, no sólo
las horas remuneradas que transcurrimos en la oficina. Trabajar en favor del hombre es dedicar la vida a la construcción de una realidad más justa. La palabra “trabajo”, en efecto, hace referencia a la
transformación de todo lo que me rodea. Pero ¿con base en qué deseo transformar la realidad? Pues buscando una respuesta al deseo de felicidad que en el fondo comparto con todos los demás hombres. Nuestro Centro Cultural, de hecho, nació justamente del hecho de reconocer que ésta es la tarea de nuestra existencia y del querer ponerla en práctica. Se trata entonces de construir una amistad ideal y operativa, que nos mueva a esta búsqueda con sinceridad.
Consecuencia de esta búsqueda es entonces el interesarme por toda la realidad. El punto es no ser
indiferentes y tratar de dar un juicio a lo que acontece y nos rodea. Salir de mí mismo e interesarse por todo ofreciendo un juicio, buscando la realización de la humanidad entera. Juzgar no es necesariamente criticar, sino ponerse a trabajar, actuar de acuerdo al juicio que se expresa. Esta búsqueda, además, revela los engaños de quien sistemáticamente quieren aprovecharse y dominar a los otros, según sus intereses y conveniencias. También revela el embrollo que las palabras pueden
volverse cuando lo que prevalece es el interés individual o de clan, como lo muestra una cierta clase de “técnicos de la política” llamados a gobernarnos. Se podría decir que hace falta ser solidarios, pero la misma palabra “solidaridad” puede esconder un negocio hecho de intereses particulares. Talvez, a palabra fraternidad expresa mejor la unión que nace de la búsqueda de una realización universal. Sólo si reconozco en el otro el mismo deseo de felicidad, puedo ser capaz de la realización de un proyecto común y de la búsqueda de un bien común. El arte y la música, cuando su fin no radica en sí mismas y en una belleza abstracta, expresan esta unidad de los seres humanos, por la cual escuchando una canción o viendo una obra de arte me involucro en la intimidad del artista que la ha realizado. Los medios actuales de comunicación nos ofrecen siempre nuevas y más rápidas conexiones, sin embargo lo que vale no es la conexión sino la comunión, la fraternidad.
En mi existencia tengo, entonces, una tarea. Nosotros, sujetos juzgantes, podemos redescubrir el significado de nuestro dialogo abierto, poniendo el hombre y su realización como sujeto de nuestro actuar. Somos nosotros en nuestro entorno los llamados a hacer eso a cada instante, a decir y a vivir con base en un juicio de valor que busque el bien de la humanidad y la realización del fin último de cada ser humano.
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