Ciclo de conferencias 2014-2015 La Historia "Bruta Facta"

Este año, en el Centro Cultural “One Way”, se hablará de la Historia. Es una palabra que escribimos, por el momento, con mayúsculas, como si fuera un nombre propio. En realidad, se trata sólo de una estratagema para ver si, dándole un nombre, la Historia decide detenerse un momento para dialogar con nosotros, dejándose primero contemplar en su totalidad y luego interrogar sobre las vías tan tortuosas, inasibles y decididamente misteriosas que forman su cuerpo y su alma, que nos cubren como la tierra a las raíces.
A la Historia quisiéramos hacerle muchas preguntas, sobre el tiempo y el espacio, sobre los inicios y el final. Quisiéramos preguntarle dónde habitan, ahora, todo el dolor y todas las humillaciones que los seres vivientes, generación tras generación, han tenido que padecer. Quisiéramos preguntarle si posee un cesto para recolectar las alegrías de los hombres, sus ansias, sus deseos, sus invenciones, sus descubrimientos y, sobre todo, sus pensamientos nunca dichos o escritos, esas palabras que ni siquiera se han susurrado, escondidas en lo profundo de la soledad (pero que, tal vez, la Historia pudo escuchar y sobre las que pudo haber sonreído o llorado). Quisiéramos preguntarle si el río del miedo acompañará siempre a los seres vivientes que, por más fuertes o seguros de sí mismos que se consideren, tienen que ponerse de rodillas cuando un terremoto los hace temblar como el viento a las hojas y cambia, en pocos breves segundos, el panorama de su existir. Quisiéramos preguntarle cómo ha nacido la vida en realidad, cómo han nacido de verdad los hombres, los animales, las plantas, las estrellas, los planetas y todo lo demás. Quisiéramos preguntarle si de verdad existen el bien y el mal y en dónde está su origen. Quisiéramos preguntarle si existe un futuro feliz hacia el cual tender. Quisiéramos preguntarle por qué no logramos concebirnos inexistentes, aun sabiendo que nuestro tiempo personal ha tenido un inicio y su duración es brevísima. Quisiéramos preguntarle si existen y de qué naturaleza son las leyes que gobiernan a los universos y por qué existen las matemáticas, la física, la química, la medicina, la música y la poesía, la belleza y la enfermedad, el valor y la ruindad.
Pero, sobre todo, quisiéramos pedirle que nos revelara algo de sí. Tú, que tienes el nombre de Historia, ¿paseas sobre un círculo sin salida o caminas sobre una línea que lleva a un fin? ¿Eres quizá un artesano que aún no ha terminado de restaurar su preciosa y antigua obra? ¿O eres una honorable señora, magistra vitae, que tiene el poder de dejarnos en herencia su carga de violencia, de mal, de abusos y de engaños, junto con la nostalgia de un bien habido y que, sólo a veces, en la oscuridad del tiempo que pasa, nos permite percibir un celestial, esperadísimo susurro divino? ¿O eres tal vez como aquel viejito que se ríe de todo y todos y después regresa a casa y encuentra, bien puesto sobre la mesa de caoba, un mantel, y sobre éste, una taza de té que invita al grande e inaprensible vacío en el que uno se puede perder sin ningún sentimiento de culpa? ¿O eres más bien una joven que “mira y es mirada y se contenta”, en este breve sábado del tiempo? ¿O una niña que abre y cierra los párpados siguiendo el rítmico sonido de su jirafa de tela?
Para el hombre, mortal y débil, comparado contigo que pareces eternamente existente, estas preguntas tienen una gran importancia. Para el hombre, impulsado por una curiosidad sagrada, el espacio y el tiempo y todo lo que existe son un libro que tiene que descifrar y tal vez tú puedas darle un indicio del camino correcto, para que no se pierda en fantasías o en mentiras. A ti, el hombre pregunta, tal vez en una tarde nublada que presagia lluvia: ¿Por qué sólo puedo ver un infinitésimo pedacito del espacio y del tiempo en el que vivo? ¿Y por qué sólo puedo imaginar, pero sin ninguna certeza verdadera, lo que no veo o lo que acaecerá? ¿Por qué la intuición correcta acerca del futuro es un privilegio sólo de pocos, rarísimos y en el fondo no siempre privilegiados individuos? ¿Y de qué sirven sus presagios? ¿Por qué tendría que confiar en quien parece ver más lejos que yo? ¿Por qué somos, todos nosotros, comunes mortales, casi siempre desmentidos por ti? ¿Por qué no podemos crear sino sólo descubrir?
Y, después de la lluvia, en el silencio de la noche que se avecina, el hombre retoma su diálogo. Sólo tú podrías decirme lo que sucedió, de verdad, en el pasado. Sólo tú podrías decirme lo que le sucederá de verdad en el futuro a una persona, por ejemplo, como yo, que no soy ni Pitágoras ni Petrarca ni Napoleón. ¡El gran Napoleón, el tremendo Napoleón! “Murió. Cual yerto quedase”. Mientras que yo existo aún, soy un ahora, soy un mañana poco importante para ti, sin embargo me muevo, camino y me detengo, sufro, pienso, río, mato, robo, engaño, a veces amo y luego no puedo seguir amando, y me han dicho que seguramente moriré. ¿Por qué, pues, tendría que tomar una arma y asesinar a otro hombre? ¿Por qué tendría que dar a mi país permiso para invadir a otro país o expulsar al más débil? ¿Por qué tendría que odiar a quien no es de mi bando o es más guapo, más amado, más rico o más fuerte que yo? ¿Y por qué tendría que amarlo? ¿Por qué traer al mundo a otros hombres? ¿Por qué dar vida a nuevas sociedades? ¿Por qué tendría que colaborar para que el mundo siga adelante si no hay nada verdaderamente nuevo bajo el sol?
La Historia no se deja seducir ni se conmueve ante las preguntas, el llanto, la curiosidad ni el grito del hombre. La Historia “no suministra caricias o latigazos”; simplemente permanece silenciosa, tal vez porque, irónicamente, “anda escasa de noticias”. No responde, no dice nada. Calla y “rasca el fondo”. Sin embargo, “más de un pez se escapa”. He aquí, de hecho, que el cielo resplandece, la luna está lozana y la tierra se despierta, tranquila y soñante, para decirnos que no hay nada más bello que una historia de amor.
Entre los muchos sabios del pasado, se encuentra Jeremías. Representado, en el afiche del Centro Cultural “One Way”, por la imagen de un hombre que, sentado, no mira, distraído, alrededor de sí, sino que se interroga, inmerso en la inocencia que sólo el silencio sabe dar. Jeremías puede ayudarnos a enfrentar este nuevo embrollo que hemos titulado, provocativamente, “Bruta facta” (expresión latina que significa los hechos puros y simples, los hechos desnudos y crudos), acompañado por un bello subtítulo, un antiguo y enigmático proverbio griego –Ούτε γής ούτε ουρανού άπτεται– que significa “no tiene que ver ni con el cielo ni con la tierra”. Dice Jeremías (en la traducción al español): “Solitario me senté, lleno de indignación”. Jeremías está indignado (ama mucho a su pueblo sin ser correspondido) por los hechos que le han acontecido y por los que prevé le acontecerán. Su indignación es tan fuerte que quisiera renunciar a todo, incluso a la vida. Pero, luego, sucede algo. Se detiene y, por su “sentarse en soledad”, inicia, para él, lo nuevo dentro de lo antiguo. ¿Qué es lo que le ha permitido a Jeremías aferrar, en un momento de escucha, la flecha que transforma lo sabido en imprevisto y en real novedad? ¿Podría sucederme esto también a mí, aunque esté viejo o al menos un poco anciano, aunque sea un adulto lleno de vigor, o un joven de mirada de largo o corto alcance, o un adolescente que elige abrazar sólo un fragmento del mundo que lo circunda? ¿Podría quizá sucederme esto también a mí, que soy todavía un ser tan pequeño que no logra ni siquiera decir sí o no a quien lo interroga? ¿Podría sucederle esto a mi compañero de camino, a mi hijo o a mi hija, a mi amigo y a mi enemigo, a quien vive en mi tierra o en la tierra de mi vecino, en mí, en tu y en nuestro planeta? ¿Podría sucederle esto a quien es víctima del mal ocasionado por lo demás y carga con heridas que no pueden ser curadas ni con bellas palabras, ni con bellos pensamientos, ni con la venganza? ¿Podría sucederle esto a todo lo creado, hoy y en el tiempo futuro? ¿Y si, de verdad, todo esto no tiene que ver ni con el cielo ni con la tierra, como nos recuerda la sabiduría popular, con qué tiene que ver? ¿Tiene que ver, tal vez, con aquella “gran unidad que no es ni un aquí ni un más allá” como dijo el poeta Rilke? El hombre no puede más que responder: “No lo sé”. Sin embargo, alguna respuesta tiene que haber, respuesta simple y no fácil, como simple y no fácil es toda necesidad que el hombre encuentra dentro y fuera de sí.


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¿Qué es el Centro Cultural One Way?

Para nosotros, hacer cultura es el deseo de dar un juicio a la realidad, un juicio que sea el resultado de un diálogo entre nosotros y el público. Y es que cultura es el interesarse por todos los acontecimientos y por toda la realidad, no hacerlo sería como desinteresarse del mismo hombre.

Sin embargo, para juzgar es necesario tener clara la propia identidad, saber lo que es el fundamento de todo, y preguntarse qué le da un sentido a todo el actuar.

Por esta razón nace “One Way” (el único camino), porque consideramos que el único camino por el cual vale la pena vivir y actuar es el hombre. Vivir y actuar en función de él.

Fue así como decidimos iniciar un trabajo juntos, con el cual construir lugares de verdad, empeñándonos en un trabajo educativo y cultural que contribuya a formar hombres nuevos. En este sentido, se nos presentó la cuestión sobre cómo llevar a cabo esta labor, pues estábamos conscientes de que nos hacía falta madurar y crecer. Sin embargo, pensamos que este crecimiento no puede ser algo que preceda a la acción y sobre todo no puede ser algo privado o circunscrito a pocos. Todo lo contrario, es posible crecer en un actuar de forma nueva dentro de la sociedad, iniciando en ella un diálogo sincero.