BRUTA FACTA
No tienen que ver ni con el cielo ni con la tierra
No tienen que ver ni con el cielo ni con la tierra
Este año, en el
Centro Cultural “One Way”, se hablará de la Historia. Es una palabra que
escribimos, por el momento, con mayúsculas, como si fuera un nombre propio. En
realidad, se trata sólo de una estratagema para ver si, dándole un nombre, la
Historia decide detenerse un momento para dialogar con nosotros, dejándose
primero contemplar en su totalidad y luego interrogar sobre las vías tan
tortuosas, inasibles y decididamente misteriosas que forman su cuerpo y su
alma, que nos cubren como la tierra a las raíces.
A la Historia
quisiéramos hacerle muchas preguntas, sobre el tiempo y el espacio, sobre los
inicios y el final. Quisiéramos preguntarle dónde habitan, ahora, todo el dolor
y todas las humillaciones que los seres vivientes, generación tras generación,
han tenido que padecer. Quisiéramos preguntarle si posee un cesto para
recolectar las alegrías de los hombres, sus ansias, sus deseos, sus
invenciones, sus descubrimientos y, sobre todo, sus pensamientos nunca dichos o
escritos, esas palabras que ni siquiera se han susurrado, escondidas en lo
profundo de la soledad (pero que, tal vez, la Historia pudo escuchar y sobre
las que pudo haber sonreído o llorado). Quisiéramos preguntarle si el río del
miedo acompañará siempre a los seres vivientes que, por más fuertes o seguros
de sí mismos que se consideren, tienen que ponerse de rodillas cuando un
terremoto los hace temblar como el viento a las hojas y cambia, en pocos breves
segundos, el panorama de su existir. Quisiéramos preguntarle cómo ha nacido la
vida en realidad, cómo han nacido de verdad los hombres, los animales, las
plantas, las estrellas, los planetas y todo lo demás. Quisiéramos preguntarle
si de verdad existen el bien y el mal y en dónde está su origen. Quisiéramos
preguntarle si existe un futuro feliz hacia el cual tender. Quisiéramos preguntarle
por qué no logramos concebirnos inexistentes, aun sabiendo que nuestro tiempo
personal ha tenido un inicio y su duración es brevísima. Quisiéramos
preguntarle si existen y de qué naturaleza son las leyes que gobiernan a los
universos y por qué existen las matemáticas, la física, la química, la
medicina, la música y la poesía, la belleza y la enfermedad, el valor y la
ruindad.
Pero, sobre todo,
quisiéramos pedirle que nos revelara algo de sí. Tú, que tienes el nombre de
Historia, ¿paseas sobre un círculo sin salida o caminas sobre una línea que
lleva a un fin? ¿Eres quizá un artesano que aún no ha terminado de restaurar su
preciosa y antigua obra? ¿O eres una honorable señora, magistra vitae, que
tiene el poder de dejarnos en herencia su carga de violencia, de mal, de abusos
y de engaños, junto con la nostalgia de un bien habido y que, sólo a veces, en
la oscuridad del tiempo que pasa, nos permite percibir un celestial,
esperadísimo susurro divino? ¿O eres tal vez como aquel viejito que se ríe de todo
y todos y después regresa a casa y encuentra, bien puesto sobre la mesa de
caoba, un mantel, y sobre éste, una taza de té que invita al grande e
inaprensible vacío en el que uno se puede perder sin ningún sentimiento de
culpa? ¿O eres más bien una joven que “mira y es mirada y se contenta”, en este
breve sábado del tiempo? ¿O una niña que abre y cierra los párpados siguiendo
el rítmico sonido de su jirafa de tela?
Para el hombre,
mortal y débil, comparado contigo que pareces eternamente existente, estas
preguntas tienen una gran importancia. Para el hombre, impulsado por una
curiosidad sagrada, el espacio y el tiempo y todo lo que existe son un libro
que tiene que descifrar y tal vez tú puedas darle un indicio del camino
correcto, para que no se pierda en fantasías o en mentiras. A ti, el hombre
pregunta, tal vez en una tarde nublada que presagia lluvia: ¿Por qué sólo puedo
ver un infinitésimo pedacito del espacio y del tiempo en el que vivo? ¿Y por
qué sólo puedo imaginar, pero sin ninguna certeza verdadera, lo que no veo o lo
que acaecerá? ¿Por qué la intuición correcta acerca del futuro es un privilegio
sólo de pocos, rarísimos y en el fondo no siempre privilegiados individuos? ¿Y
de qué sirven sus presagios? ¿Por qué tendría que confiar en quien parece ver
más lejos que yo? ¿Por qué somos, todos nosotros, comunes mortales, casi
siempre desmentidos por ti? ¿Por qué no podemos crear sino sólo descubrir?
Y, después de la
lluvia, en el silencio de la noche que se avecina, el hombre retoma su diálogo.
Sólo tú podrías decirme lo que sucedió, de verdad, en el pasado. Sólo tú
podrías decirme lo que le sucederá de verdad en el futuro a una persona, por
ejemplo, como yo, que no soy ni Pitágoras ni Petrarca ni Napoleón. ¡El gran
Napoleón, el tremendo Napoleón! “Murió. Cual yerto quedase”. Mientras que yo
existo aún, soy un ahora, soy un mañana poco importante para ti, sin embargo me
muevo, camino y me detengo, sufro, pienso, río, mato, robo, engaño, a veces amo
y luego no puedo seguir amando, y me han dicho que seguramente moriré. ¿Por
qué, pues, tendría que tomar una arma y asesinar a otro hombre? ¿Por qué
tendría que dar a mi país permiso para invadir a otro país o expulsar al más
débil? ¿Por qué tendría que odiar a quien no es de mi bando o es más guapo, más
amado, más rico o más fuerte que yo? ¿Y por qué tendría que amarlo? ¿Por qué
traer al mundo a otros hombres? ¿Por qué dar vida a nuevas sociedades? ¿Por qué
tendría que colaborar para que el mundo siga adelante si no hay nada
verdaderamente nuevo bajo el sol?
La Historia no se
deja seducir ni se conmueve ante las preguntas, el llanto, la curiosidad ni el
grito del hombre. La Historia “no suministra caricias o latigazos”; simplemente
permanece silenciosa, tal vez porque, irónicamente, “anda escasa de noticias”.
No responde, no dice nada. Calla y “rasca el fondo”. Sin embargo, “más de un
pez se escapa”. He aquí, de hecho, que el cielo resplandece, la luna está
lozana y la tierra se despierta, tranquila y soñante, para decirnos que no hay
nada más bello que una historia de amor.
Entre los muchos
sabios del pasado, se encuentra Jeremías. Representado, en el afiche del Centro
Cultural “One Way”, por la imagen de un hombre que, sentado, no mira,
distraído, alrededor de sí, sino que se interroga, inmerso en la inocencia que
sólo el silencio sabe dar. Jeremías puede ayudarnos a enfrentar este nuevo
embrollo que hemos titulado, provocativamente, “Bruta facta” (expresión latina
que significa los hechos puros y simples, los hechos desnudos y crudos),
acompañado por un bello subtítulo, un antiguo y enigmático proverbio griego
–Ούτε γής ούτε ουρανού άπτεται– que significa “no tiene que ver ni con el cielo
ni con la tierra”. Dice Jeremías (en la traducción al español): “Solitario me
senté, lleno de indignación”. Jeremías está indignado (ama mucho a su pueblo
sin ser correspondido) por los hechos que le han acontecido y por los que prevé
le acontecerán. Su indignación es tan fuerte que quisiera renunciar a todo,
incluso a la vida. Pero, luego, sucede algo. Se detiene y, por su “sentarse en
soledad”, inicia, para él, lo nuevo dentro de lo antiguo. ¿Qué es lo que le ha
permitido a Jeremías aferrar, en un momento de escucha, la flecha que
transforma lo sabido en imprevisto y en real novedad? ¿Podría sucederme esto
también a mí, aunque esté viejo o al menos un poco anciano, aunque sea un
adulto lleno de vigor, o un joven de mirada de largo o corto alcance, o un
adolescente que elige abrazar sólo un fragmento del mundo que lo circunda?
¿Podría quizá sucederme esto también a mí, que soy todavía un ser tan pequeño
que no logra ni siquiera decir sí o no a quien lo interroga? ¿Podría sucederle
esto a mi compañero de camino, a mi hijo o a mi hija, a mi amigo y a mi
enemigo, a quien vive en mi tierra o en la tierra de mi vecino, en mí, en tu y
en nuestro planeta? ¿Podría sucederle esto a quien es víctima del mal
ocasionado por lo demás y carga con heridas que no pueden ser curadas ni con
bellas palabras, ni con bellos pensamientos, ni con la venganza? ¿Podría
sucederle esto a todo lo creado, hoy y en el tiempo futuro? ¿Y si, de verdad,
todo esto no tiene que ver ni con el cielo ni con la tierra, como nos recuerda
la sabiduría popular, con qué tiene que ver? ¿Tiene que ver, tal vez, con
aquella “gran unidad que no es ni un aquí ni un más allá” como dijo el poeta
Rilke? El hombre no puede más que responder: “No lo sé”. Sin embargo, alguna
respuesta tiene que haber, respuesta simple y no fácil, como simple y no fácil
es toda necesidad que el hombre encuentra dentro y fuera de sí.